miércoles, 28 de enero de 2009

Lo que el cerdo esconde III

No tenía gran cosa que hacer hasta la cita concertada con Astrid al día siguiente, por lo cual decidí retomar mi visita al museo y dedicarme a pasear por la calles de la ciudad durante el resto del día.
Tras cenar me dirigí de vuelta a mi hotel, allí tras darme una ducha, abrí la caja fuerte para asegurarme que lo que Astrid me había pedido siguiese allí, saqué una funda negra de terciopelo, y la abrí, si allí estaba ese valioso objeto, que tan complicado me resulto lograr llevar a Berlín, la historia es la siguiente:

Astrid me llamó, hace aproximadamente un mes a mi casa, me dijo que estaba en Berlín, llevando a cabo una compleja misión, que se iba desarrollando sobre lo previsto, pero que les había surgido un inconveniente, Fred (también es un nombre clave), el jefe del cotarro, creyó tener todos los cabos atados para la resolución del caso, pero le surgió un inconveniente, por lo cual era necesario que yo renunciase a mi mes de vacaciones para ayudarlos, debía de comprar este objeto en cuestión, que eso no me iba a suponer a mi ninguna dificultad en España, pero que encontrarlo en Berlín era una labor ardua. Me indicó, que no debía facturar la mercancía, puesto que era vital que no se perdiera, por lo tanto debía embarcar en el avión con ella, y que esto me podría suponer algunos problemas.
Y me los supuso, empecé a pitar en los arcos del aeropuerto, me negué a que me registraran, para evitar que interceptaran mi mercancía, acudió la policía, me tuvieron varios días en el calabozo, pero me negué a mostrar mi mercancía, no encontraban que era lo que pitaba en los arcos, intentaron sonsacarme, intentaron pasarme por un escáner, pero yo me negué. Llevaba muy bien oculta la mercancía en mi interior, siempre me ha resultado muy útil el curso de tragasables online que hice algún tiempo atrás.

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