martes, 3 de enero de 2012

Yelmos de cartón


Un numeroso ejército con sus mejores espadas y protegido  con yelmos y escudos, fabricados por ellos mismos meticulosamente durante todo un mes, otros con algunos daños causados en batallas de años anteriores reparados. Tras una larga noche sin dormir, sin poder dejar de pensar en la batalla, observando las sombras que proyectaban las espadas en la habitación, las sombras causadas por la luz de la luna llena que se colaba por las rendijas de las viejas persianas de la habitación. Sin apenas haber comido, los nervios eran inmensos a la espera de la dura batalla del día siguiente, pese a ser algunos de ellos expertos guerreros.
Un ejército numeroso y ruidoso se dirigía hacia el castillo, gritando por las calles del pequeño pueblo, excitado, nervioso, pero dispuesto a dejar hasta el último aliento en la consecución de su objetivo, aquel que había sido planeado durante todo un largo invierno, a la espera de una soleada tarde de verano en la cual pudiera ponerse en marcha la emboscada que había sido ensayada, planificada e imaginada durante todo un interminable año.
La adrenalina aumentaba en la sangre de los fieros guerreros según se acercaban a su destino, al salir de las calles del pueblo podían divisar la silueta del castillo en lo alto de la montaña, en ese momento los caballeros sintieron hervir su sangre, sintieron sus piernas temblar, una extraña sensación de vacío en su estómago, sintieron el peso del deber sobre sus cabezas.
Empezaron la difícil ascensión hacia el castillo, sin dejar de gritar un momento, sin dejar de agitar sus espadas y estandartes, ajustándose sus yelmos y armaduras, sufriendo el rigor del sol en verano, y mirando con incertidumbre al cielo pues algunos oscuros nubarrones comenzaban a aparecer al avanzar la tarde, pero nada podía detener a este valeroso ejército.
Durante la ascensión al castillo los guerreros más veteranos acompañaban y adiestraban a los más jóvenes, para algunos de ellos era esta su primera batalla, por eso era necesario instruirles en las artes de la guerra y repasar con ellos de nuevo la estrategia.
Al fin, tras un largo camino, estaba el castillo ante nosotros, se hizo el silencio, solo roto por un fuerte trueno, el ejército contenía la respiración, era el momento de entrar en batalla.
Entonces yo sentí como el sudor corría por mi frente, ahora toda la responsabilidad era mía,  baje la celada de mi yelmo, alcé mi espada al cierro y grite con todas mis fuerzas ¡al ataque! , empecé a correr, seguida de todo mi ejército, a la toma del castillo.
Superamos fácilmente los muros del castillo, con muchos menos problemas de los esperados, nuestras tropas estaban intactas y cada vez mas llenas de fuerzas, empezaron a caer algunas gotas de lluvia, pero no nos importaba, seguiríamos con nuestro plan.
Ahora debíamos dividirnos en grupos, para tomar las distintas torres, yo me dirigiría hacia la torre del homenaje para hacerme con el señor del castillo, y así hacernos con el, nuestro objetivo.
Se veían rayos en el cielo, se oían los truenos, empezaba a llover y el suelo a embarrarse, aquello contribuía a hacer mas épica nuestra gesta, nuestra batalla, pero nada podía detenernos, llevábamos mucho tiempo esperando ese momento, esa batalla que nos condujera a la gloria, que nos hiciera pasar a la historia como los bravos guerreros que un día de verano asaltaron y tomaron el castillo.
Pero el enemigo era fuerte, muy fuerte, la lluvia arreciaba y nosotros no habíamos contado con esa arma, que deshacía sin piedad nuestros yelmos, nuestros escudos, nuestras espadas, fabricadas con esmero durante todo el mes de agosto en casa, en el pueblo, con cajas de galletas, que gracias a la lluvia desaparecían, formaban un montón informe a nuestros pies.
La lluvia no dejaba ver las lágrimas que caían por nuestras mejillas, casi lo habíamos logrado, casi lo teníamos, casi el castillo fue nuestro.
Aparecieron unos coches en la carretera, que venía a recoger a un ejército calado y hundido, para llevarlos de vuelta a casa sanos y salvos.
Pero todo ese ejército una vez montado en el coche siguió pensando una nueva táctica para volver a tomar el castillo, había un largo invierno por delante para prepararlo todo, para rediseñar el plan y para reconstruir sus armaduras.